De entre las dolencias que puede padecer nuestro mejor amigo, la displasia de cadera es uno de los más comunes. Propia de los perros de raza grande, afecta a miles de peludos en España. Pero al contrario de lo que puedes pensar, no es exclusivo para los más ancianos.
¿Pero qué es la displasia de cadera? Se trata de una malformación genética que se reduce al desgaste del acetábulo, la articulación donde encaja la cabeza del fémur.
Al no tener un buen recubrimiento “baila”, produciendo dolor, cojera o atrofia muscular en algunos casos. El problema que presenta esta enfermedad, es que si no se trata puede degenerar hasta llegar a ser una artrosis, por lo que es muy importante detectarla y tratarla.
¿Cómo puedo identificar que mi perro puede sufrir displasia de cadera?
Si ves que a tu mejor amigo le cuesta levantarse tal vez sea porque le duele. Si además, se sienta con una pata hacia fuera o al estar en pie tiene las dos patas traseras muy juntas, puede ser un síntoma de ello. También si le ves más torpe de lo habitual, y se resbala sin motivo aparente o se cae.
El balanceo de las cadera al andar es algo común en perros con displasia de cadera. Para evitar mover la articulación, el perro intentará compensarlo moviéndose de lado a lado.
Aunque lo más común para delatar la displasia de cadera es la cojera o la dificultad que se le presenta al intentar subir escaleras.
También deberás tener en cuenta la raza de tu perro, ya que al ser una enfermedad hereditaria, hay razas propensas a ello. Estas son algunas de las más afectadas:
- Pastor Alemán
- Rottweiler
- Retriever (Labrador y Golden)
- Molosoides (Presa Canario, San Bernardo o Mastin)
- Bulldog
- Carlino
- Dogos
¿Cómo tratar la displasia de cadera o ayudar a tu perro a que le duela menos?
Si tienes un cachorro, la displasia de cadera puede presentarse a partir de los 5 o 6 meses de edad. El tratamiento más frecuente es un procedimiento quirúrgico dependiendo del grado diagnosticado.
Hay otros alternativos con los que se recurre a antiinflamatorios y condoprotectores. Con algo de ejercicio de forma regular y control de su peso, podemos ayudarle a mitigar los efectos de la degeneración.
También ayuda la fisioterapia canina y la rehabilitación, ya que ayudan a corregir las posturas compensatorias que ha adoptado el perro. Con ello, se aliviará el dolor mediante la reducción de la tensión en la zona. Por otro lado una de las mejores cosas que puedes hacer para ayudarle, es evitar que pase frío o que se exponga a la humedad, tapándole con una manta o abrigo. También le ayudará dormir en un colchón terapéutico, ya que la rigidez y consistencia del mismo le ayudarán a encontrar una buena posición para dormir.
La última novedad y que está ayudando mucho, es un soporte para la cadera. Se trata de un arnés situado en las patas traseras y que va unido a una correa. Tirando de esta hacia arriba podemos ayudarle a caminar y corregir su caminar para que no le duela.
Mi experiencia con Max
A lo largo de 12 buenos años, mi compañero de vida fue un bulldog inglés llamado Max. Era un perro más grande de lo habitual en su raza y pesaba 40kg. Tenía bastante sobrepeso y por más que intentábamos controlarlo, el perro no adelgazaba.
Max vivía en una casa con jardín, lo cual es suficiente para estos perros. De vez en cuando le sacábamos a dar una vuelta y socializar con otros perros, aunque siempre fue muy de quedarse tranquilo en su rincón favorito: bajo el árbol que teníamos frente a la piscina.
Cuando tenía 8 años, empezamos a ver que el perro cojeaba y que no podía levantarse durante horas, sobre todo por las mañanas. Se le diagnosticó displasia de cadera en grado III, el cual indica que entre el 50 y el 75% de la cabeza del fémur estaba fuera de la articulación.
El veterinario nos dijo enseguida que el perro no podía ser operado, ya que además del grado y su sobrepeso, era un bulldog inglés mayor y que posiblemente no resistiera el procedimiento. Nos comentó que lo más probable sería poner fin a su dolor con la eutanasia.
A pesar de ello decidimos ayudar a Max en lo que pudiéramos así que intentamos reducir su dosis de pienso y darle uno especial. Llegó a los 35kg, aún había mucho camino que recorrer, pero para nosotros ya era un logro. Max volvía a ser un perro activo y se le veía más feliz.
Junto con antiinflamatorios y llevándolo a pasear más a menudo, conseguimos que Max aguantara 4 años más. Al final no fue la displasia de cadera lo que se llevó a mi perro, sino la torsión gástrica, otro de los terrores de los peludos.
Me regaló momentos preciosos y le tendré siempre conmigo, fue mi mejor amigo sin duda. Hace ya 1 año que falleció, y hemos dejado sus cenizas bajo el árbol, para que esté siempre donde más le gustaba.
Si, como Max, tu perro sufre displasia de cadera, comparte su historia con nosotros para ayudar a otros peludos y sus dueños a encontrar la mejor solución. O puedes seguirnos a través de Facebook, Twitter o Instagram para más consejos.
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